No jugamos, trabajamos

En el marco del curso sobre Derechos Humanos dictado por Patricia Durand en la FAUBA, te invitamos a conocer y reflexionar una de las problemáticas más importantes de la población rural: el trabajo infantil.

No son cientos, ni miles, son millones. No juegan, trabajan.  No son adultos, son niños. Día a día cambian libros y juguetes por guantes, herramientas y mano de obra. Siembran, cosechan, ordeñan, recolectan, crían y utilizan agroquímicos. El trabajo infantil rural pone en peligro no sólo la salud y educación de los más chicos sino principalmente su futuro que, en la mayoría de los casos, ya está naturalizado. 

El artículo 32 de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño (CIDN) establece que todos los niños tienen derecho a "estar protegidos contra la explotación económica y contra el desempeño de cualquier trabajo que pueda ser peligroso o entorpecer su educación, o que sea nocivo para su salud o para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social".

Y en el año 2008, el gobierno argentino promulgó la ley nacional 26 390 de prohibición del trabajo infantil y protección del trabajo adolescente, donde se eleva la edad mínima de admisión al empleo a 16 años, prohibiendo su actividad laboral en todas sus formas, exista o no relación de empleo contractual, y sea éste remunerado o no. Sin embargo, en nuestro país, los niños pasan largas horas realizando actividades en la agricultura, industria, minería, construcción y trabajo doméstico, siendo el ámbito rural el más perjudicado.

“En la Argentina hay muy poca información sobre el trabajo rural. Contamos con datos del Censo Nacional Agropecuario del año 2004. Si bien son datos antiguos, para nosotros valiosos porque muestran las importantes diferencias entre el urbano y el rural”, contó la Lic. Anahí Azpuru, miembro del Observatorio de Trabajo Infantil y Adolescente (OTIA).

Así, la EANNA (Encuesta de Actividades e Niños, Niñas y Adolescentes) determinó que en nuestro país trabajan 193 095 niños y niñas de entre 5 y 13 años, y 263 112 adolescentes que tienen entre 14 y 17. Las cifras son alarmantes: el 6,4% de los más chicos trabaja en el ámbito urbano mientras que ese valor asciende al 8% en el rural.

Aunque parezca increíble, el 60% de los niños de 5 a 13 años que trabajan lo hacen en la rama de la agricultura, con sus padres, para el autoconsumo o bien, obligados a contribuir con el sustento familiar. “La necesidad de sumar a los niños al trabajo son características estrictamente rurales. Por ejemplo, la demanda de trabajo asociado a la estacionalidad de las actividades condiciona a las familias a incorporar a todos sus miembros, porque justamente como es una oportunidad de trabajo en una determinada época del año, van a invertir todos sus recursos para poder obtener mayores ingresos, y estos recursos son también sus hijos”, señaló Azpuru.

¿Cómo comienzan? Los padres trabajan y ellos cuidan y mantienen el hogar. A los seis o siete años, colaboran en actividades de la cosecha y en los primeros procesamientos de productos agrarios, en floricultores y horticultores. Y lo más preocupante: a los once o doce años emprenden sus tareas aplicando agroquímicos con mochila. “Entre los agroquímicos que los menores utilizan se encuentran algunos de gran toxicidad, tales como el heptacloro o el bromuro de metilo, muy peligrosos para su salud”, dijo la Licenciada. 
Pero no son las únicas dificultades a las que están sometidos. Irritabilidad y pérdida auditiva y ocular;  problemas posturales y contracturas; deformaciones óseas por cargas excesivas; problemas respiratorios, gastrointestinales; y lesiones y muertes por accidentes.

El trabajo infantil les quita la posibilidad a los niños de ser niños. Ya no juegan o no aprenden a jugar. Ya no estudian o no aprenden a estudiar. Los padres, en algunos casos, incentivan a los chicos y los envían a la escuela primaria. Pero, por cansancio y esfuerzo físico y mental, abandonan. Y un gran porcentaje, directamente no asiste. “Un condicionante que tiene mucho peso en el trabajo infantil es el nivel educativo de los padres y fundamentalmente de la madre. Es un factor causal”.

Para la familia rural es natural que sus hijos trabajen. Tal vez porque piensan que es parte de su destino, o quizás porque creen que es una manera de “prepararlos” para ganarse en el futuro su sustento. Pero ¿quién les devuelve la niñez a esos chicos que se desdibujan, se mezclan y alteran los roles de los adultos?

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Sobre el autor

Esp. Lic. en Comunicación Social