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Maestro Valla, alma de diamante

El maestro de las plantas, el “jardinero” de la Facultad, el profesor de botánica, el transmisor de sabiduría, compañerismo y solidaridad. Recordamos tus relatos de Mechita, la historia de tu familia ferroviaria y las anécdotas de tus primeros años en Buenos Aires. Sin duda tu enseñanza ha trascendido los libros. Estudiantes, docentes, nodocentes y vecinos de Agronomía te vamos a extrañar, Juan José Valla. 

“Aunque tu corazón recircule
siga de paso o venga
pretenda volar con las manos
sueñe despierto o duerma
o beba el elixir de la eternidad
sos alma de diamante”
Luis Alberto Spinetta

                                                                                                                                                     

“Recuerden mi nombre”, decía en sus clases. “Suena como el fruto carnoso y colorido, la baya, pero como yo ya estoy viejo se escribe con v corta”. Juan José Valla, con tiradores y en su bicicleta de paseo tipo inglesa, llegaba todas las mañanas a la Facultad para enseñar botánica y transmitir el amor por las flores y las plantas. Él se autoidentificaba como “jardinero” más que “agrónomo”. Como diría María Elena Walsh, era el “guardián y doctor de una pandilla de flores” del Jardín Botánico de la FAUBA. 

“Nunca se guardaba nada, todo lo que sabía lo compartía con sus pares, alumnos y hasta vecinos del barrio que venían a verlo al jardín a nutrirse de sus saberes. Nos contagiaba siempre con su entusiasmo en cada descubrimiento corriendo hacia la lupa para observar aquella cosa desconocida. Un jardinero muy puntilloso, prolijo y exigente. Pero sus conocimientos excedían el campo de la botánica, destacándose como una persona sensible y un ávido lector en saberes tan diversos como la astronomía, música, arte, poesía, geografía. Despertaba el interés por las plantas en todos los que lo escuchaban”, recuerdan docentes y nodocentes de la Cátedra de Botánica General. 

Como pocos, el Maestro capturaba la atención de sus estudiantes que colmaban las escalinatas y los pasillos del aula de Bioquímica, reían a viva voz, aplaudían, compartían su asombro con sus compañeros. 

“Los recientemente ingresados a la carrera de Agronomía descubrimos en sus clases el amor por la Botánica, el encanto de estudiar las plantas, de ingresar en su fascinante mundo y aprender a mirar con ojos nuevos el mundo que nos rodeaba. Aprendimos a través suyo a respetar y a admirar a los grandes profesores de la Facultad, como el Ing. Parodi. Siempre estarán en nuestros oídos las descripciones de sus relatos de Mechita, su pueblo natal, donde en cada cuadra resonaba la música de un piano, las anécdotas de sus primeros años en Buenos Aires y sus consejos y su humor”, aseveran Marcela Gally y Adriana Kantolic, decana y vicedecana de la Facultad. 

“Mis dos hijas tienen nombre de plantas: Iris y Hebe” contaba Valla, riendo.“La Facu y su bici serán siempre su lugar. La huella que ha dejado en tantas personas, su amor, su pasión para enseñar, su simplicidad y sabiduría me abrazan en un momento tan triste. Se que se enojaría mucho ante cualquier homenaje. Su homenaje entonces, es su vida, vivida siempre intensamente, con verdad y orgullo, estoy segura que ahora estás rodeado de las más bellas plantas y flores que siempre serán tu amor. Te amo pa”, expresa una de “sus flores”, Hebe Valla. 

Juan José Valla fue reconocido como Gran Maestro de la Universidad de Buenos Aires y, sin duda, ha sido un artífice de la identidad de nuestra Facultad de Agronomía. Ha escrito diferentes libros de los cuales “Botánica. Morfología de las plantas superiores”, se transformó en una bibliografía de consulta básica para los programas de Botánica de las carreras de Agronomía del país. 

Pero su enseñanza ha trascendido los libros. Así lo recuerdan quienes pasaron por sus aulas: 

“Tuve la fortuna de ser su alumna y lo recuerdo especialmente por una situación que me dejó una gran enseñanza para la profesión y la vida. Después de no aprobar un parcial de su materia y discutir acaloradamente la nota me fui enojada y sola al jardín botánico. Al rato vino, se sentó a mi lado y me preguntó qué me estaba pasando que estaba tan enojada con la vida. Me escuchó y luego me aconsejó cómo superar una frustración por un aplazo y cómo enfrentarlo. Un grande, un gran maestro en todos los sentidos”, dice Alejandra Gutiérrez. 

“Como ingresante de la carrera de Agronomía en 1962 fui alumna del entonces Jefe de Trabajos Prácticos Ing. Agr. Valla, fue él quien supo hacer que la Botánica Agrícola sea mi materia favorita y que entrara, por sugerencia del consagrado Profesor Parodi, a formar parte del cuerpo de ayudantes alumnos de la Cátedra. Con Valla aprendí a ser docente y a contagiar a los alumnos el amor por entender, valorar y amar a las plantas más allá de su morfo-anatomía”, cuenta Ana María Planchuelo-Ravelo de la Universidad Nacional de Córdoba. 

“El Ingeniero Valla me hizo amar la Botánica. Siempre en mi corazón. Un ejemplo de sabiduría, simpleza, respeto, humor. Querida Hebe tu papá sembró amor por la naturaleza en miles de alumnos, una fui yo. Estará en los más gloriosos de los jardines”, enuncia Carolina Cappelloni. 

“Esos teóricos que no nos perdíamos, no queríamos que terminaran. Recuerdo pasear por el botánico con él. Recuerdo el número de oro 7, y tantísimas cosas. Sus libros que yo atesoraba, los he donado a la biblioteca del Instituto de Formación Docente y Técnica N°27 de Bolívar, allí están cuidados y los alumnos y profesores de biología y tecnicaturas agrarias los pueden consultar”, rememora Gustavo De Winne.

“Fuiste un apasionado de tu profesión. Nos enseñaste a entender la morfología de las plantas, en cada clase con tus relatos. Me encantaba escuchar tus teóricos y tus exámenes. O verte en el botánico y charlar, siempre había una enseñanza. Si amo la botánica es gracias a él. Gracias por entregarnos tanto. Gracias querido profesor Valla”, asevera María Belén Ahumada. 

Son sólo algunas expresiones de la larga lista de comentarios de amor y agradecimiento de las personas que te recuerdan y te extrañan. La bicicleta dejó de rodar, pero tus huellas nunca se borrarán. 1929- Siempre. Hasta luego, Maestro. 

 

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