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Aprender a producir, sortear paradigmas que marcaron épocas y escenarios económicos y sociales cambiantes podría impulsarnos a abastecer al mundo gracias al valor agregado y a la tecnología.

El Ing. Agr. Héctor Huergo, periodista, editor del suplemento Clarín Rural y fundador de la Asociación Argentina de Biocombustibles e Hidrógeno, se remontó a los años´80, cuando el paradigma era cómo escaparse de los commodities.

Más tarde, a principios de los ´90, se hablaba de las nuevas alternativas. Había que volcarse a la innovación, había más oferta que demanda y, por lo tanto, no había que producir ni trigo, ni maíz, ni soja, porque después de la Segunda Guerra Mundial, y en especial en Europa, “se preocuparon por la seguridad alimentaria apostando al desarrollo tecnológico”.

A partir de allí, se generan excedentes que provocan una suerte de “guerra” entre los países que intentan colocar esos productos perjudicando especialmente a las naciones en vías de desarrollo, como la Argentina.

Empiezan las rondas de negocios internacionales con el objetivo de buscar la forma de “restringir el crecimiento de la producción agrícola a través de la revolución verde que se opera desde los años 50”.

Esta situación, impactó contra la Argentina como país y como sector agropecuario” porque encontraba en la producción agrícola y ganadera su único segmento competitivo, es decir, la macroeconomía argentina dependía de las exportaciones agrícolas”.

“Frente a precios bajos y a la falta de competitividad de otras actividades o industrias para exportar, se mantuvo al campo postergado durante muchos años a través de tipos de cambio diferencial y de derechos de exportación que aún hoy no pudimos resolver como cuestión estructural”.

Conceptualmente, se va instalando en la sociedad, la idea nefasta de lo que se denomina “deterioro de los términos de intercambio”, entre los productos primarios y los industriales. “En esa ideología, lo que vendemos es cada vez más barato y lo que compramos cada vez más caro”.

Actualmente, hay una apreciación muy concreta de los términos de intercambio porque la tecnología y los productos industriales se van abaratando. “En cambio -explicó Huergo- los precios de los insumos básicos alimenticios van en alza porque la oferta empieza a retacearse y la demanda a expandirse, con lo cual, los precios suben. De esta manera, hay una tendencia a la suba de los precios agrícolas que se instaló hace 7 u 8 años y que va a persistir, no sabemos hasta cuándo”.

Agregó que “la demanda entró en una fase expansiva fenomenal consecuencia dos nuevos drivers: la transición dietética y el precio de la energía”.

Decir que hay que producir más a raíz del crecimiento demográfico es quedarse en un problema menor “porque vegetativamente la producción va a crecer”. La cuestión es que debemos alimentar previamente a los animales que producen las proteínas que cada vez más quiere consumir la humanidad a medida que mejora su ingreso per cápita. “Más plata en el bolsillo implica comer menos féculas, menos arroz, e ingerir más pollo, más cerdo, más carne vacuna y más lácteos”, incorporándose de manera creciente a la dieta las proteínas animales.

El segundo driver es el precio del petróleo, que sólo en el siglo XXI pasó de costar 20 a 100 dólares. “Un petróleo de 100 dólares significa un maíz de 200 dólares la tonelada porque habilita la posibilidad de usar los granos como una fuente de elaboración de un combustible sustituto de la nafta, como es el etanol”.

Para comprender cuál es la implicancia de esta transición dietética, comparó las propiedades del pollo y la harina de maíz, y tras cocinar una polenta ante el público, aseguró que “pasar de la polenta al pollo es pasar de una hectárea a 6, es pasar de 1 millón de toneladas de alimento que se puede consumir en forma directa como polenta, arroz, o cualquier otra fécula, a una necesidad 6 veces superior. Entonces, el dilema malthusiano de que la población crece en progresión geométrica mientras la producción de alimentos crece en progresión aritmética no es lo que importa. El nuevo mathusianismo es de los animales porque estamos pasando de consumir -por efecto bolsillo- productos de fotosíntesis primaria a productos derivados de ella”.

La demanda de un insumo básico como la harina de soja va in crescendo y tiene los precios más altos de la historia, lo que significa que el mundo está expandiendo su consumo de proteínas animales.

La harina de soja y el maíz, son los productos más dinámicos de la agricultura argentina “con todo en contra: la soja pagando 35 por ciento de retenciones y el maíz el 20 por ciento que le pesa mucho más porque tiene costos más altos”.

“Así hicimos la segunda revolución de las Pampas que es la conquista tecnológica”, que deberá profundizarse en los próximos años ante los nuevos desafíos.

“Para concluir, los animales no hacen fotosíntesis, son productos que le agregan valor al reino vegetal, son proveedores de proteínas y un novillo es maíz y soja con valor agregado. En cuanto al precio del petróleo y su incidencia en los agronegocios en general, si el precio del petróleo sube, el maíz también sube porque el etanol está gobernando esa ecuación y a la inversa”.

Instalando el debate alimento versus energía, mencionó que las bebidas cola, la cerveza y el fernet contienen la misma materia prima con la que se pueden elaborar biocombustibles. Por lo tanto, lo que estamos produciendo tiene demanda, y será requerido en mayor cantidad por efecto del aumento del poder adquisitivo de la gente que sale de la pobreza. Nuestros productos básicos, son los de mayor valor agregado de la economía argentina gracias al salto tecnológico que es eficiencia. Continuar en este camino nos permitirá abastecer al mundo.

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